No sé aún muy bien qué era esa monstruosidad, porque en la oscuridad de entre los árboles no atiné a distinguir bien lo que me atacó.
Bueno, en realidad, tampoco llegó a atacarme, pero porque no le dejé a lo que quiera que fuera lo que me alertó.
Lo que sí tengo claro es que quería hacerme daño, que era de gran tamaño y que se movía sigilosamente, pues no lo noté hasta que lo tenía casi encima. Su sombra, deslizada por entre los claros de los árboles, se mostraba siniestra y maligna.
Menos mal que salí por patas de allí. Corrí todo lo que pude, como alma que lleva el diablo. Tardé aún un rato en recobrar la calma y la respiración.
Cuando me recuperé del susto por dicho ataque, ya más calmado, acerté a oir que alguien le decía a mi humano algo así como "Oye, que ya he cogido la bolsa de naranjas".
Estos humanos tan tranquilos y confiados, sin saber de la que nos habíamos librado...
Poner paticas en polvorosa
es, a veces, salida airosa.
1 comentario:
vaya cara de velocidad. Veo que estás en plena forma amigo.
:)
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