Por eso siempre estoy con pánico a que estos humanos canallas con los que vivo ahora hagan lo propio y me abandonen ellos también. Así, cada vez que se van y me dejan aquí solito me quedo con el corazón en un puño pensando si volverán, si tardarán mucho, si se acordarán de mí.
No tengo más remedio que quedarme aquí, abandonado a tiempo parcial, con frío o calor, mirando a través de la baranda para ver si vuelven de una vez.
Yo les demuestro siempre que no quiero que se marchen y me dejen aquí tirado. Por eso cada vez que salen les pongo cara de enfurruñado y no les quiero dar un mal besito. Cuando ya se alejan por la calle, entonces grito con todas mis fuerzas, como si me estuvieran matando, o despellejando vivo; ya saben, para causar mucha pena, pero es inútil, ellos terminan por irse, cada día. Sin pena de mí.
No se puede vivir así, siempre con la incertidumbre de si el abandono será a tiempo parcial o completo. Menos mal que puedo ver la calle y de vez en cuando pasa alguna perrita de muy buen ver. Pero claro, con estos barrotes de por medio, no hay manera de demostrar mis dotes de Don Juan Canino.
Ni siquiera me llevan con ellos en el chisme ese grande que hace ruido y corre mucho que llaman coche. Bueno, sí, a veces lo hacen, y es muy divertido, pero siempre después de tenerme casi todo el día por aquí encerrado. El primer paseo en coche pasé mucho miedo, me volví a ver abandonado de nuevo.
Pero bueno, esa es otra historia.
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