Gracias a eso nos es fácil localizarlo cada día. Ahora, con los calores infernales que tenemos, pasa mucho tiempo tumbado en el portalito del edificio de al lado de la obra, que es de mármol, tiene buena sombra y sirve para refrescar un poco los lomos caninos. Además, eso le permite estar visible para los humanos que en dicho edificio viven, por si alguno quisiera dejarse adoptar o, al menos, darle algo de comida y mimos. Todo ello, claro, sin perder en ningún momento de vista la obra, que para eso es su trabajo.
Casi todos los días nos vemos ahí a la hora del paseo, y le dejamos el contenido de una de las bolsitas del kit de supervivencia callejera junto al tronco del árbol que hay en esa esquina del jardín.
Mientras Bobby come yo vigilo para que pueda hacerlo tranquilamente, sin que nadie intente quitarle las bolitas marrones ni molestarle.
Lo bueno de que las bolitas marrones se las dejemos siempre en el mismo sitio es que, aunque algún día no esté, por algún encargito de última hora en la obra o algo (el trabajo es el trabajo), sabemos que podrá venir más tarde y dar buena cuenta de ellas, pues ya sabe el sitio exacto donde se las dejamos.
Creo que a Bobby, como a mí, no le gustan mucho las bolitas marrones y prefiere un buen muslo de pollo bien cocido. Pero mira, si no hay otra cosa a todo se acostumbra uno...
Come Bobby, que yo vigilo
1 comentario:
Menuda mierda de vida, canalla; A uno se le parte el corazón pero no puede adoptarlos a todos.
Consuélate: todavía es peor cuando los que son desantendidos son humanitos; Tu llevas tu kit de supervivencia de bolitas marrones,el mío es trabajar en la educación...no sustituímos nada, pero ambos hacemos lo que podemos.
Publicar un comentario