A mí no me gusta demasiado la lluvia, pero es que a mi humano le gusta aún menos. Así, con tal de no mojarse él, el muy canalla me tuvo todo el día sin salir a la calle a hacer mis necesidades.
Uno tiene mucho mejor aguante que los humanos en lo que a necesidades fisiológicas se refiere. Pero claro, todo tiene un límite.
Por más que le dije que quería salir a hacer mis necesidades, aún estando lloviendo, mi humano ni caso. En un par de veces llegó a abrir la puerta de la calle, con lo que me puse muy contento. Sin embargo, en ambas ocasiones, tras negar con la cabeza, volvió a cerrar la puerta. Parecen tontos estos humanos: abren la puerta, miran, y cierran, sin ni siquiera salir fuera.
El caso es que cuando ya no pude aguantar más busqué un sitio donde hacer mis necesidades líquidas, a ser posible donde éstas pudieran ser absorbidas por algo y, así, no se esparcieran por ahí, no fuera yo a mancharme mis paticas. Faltaría más.
Encontré el sitio adecuado, abrí un poco las paticas traseras y dejé que el discurrir de la naturaleza fluyera con alivio.
Un buen rato después, cuando los humanos descubrieron aquellos restos se pusieron a dar gritos y muy muy enfadados. Yo me asusté un poco e instintivamente, sabiendo ya cómo funciona esto, no dejé de mirar la edición dominical de El País, que estaba en el sofá.
Sin embargo, no pasó nada. El periódico siguió en su sitio y a mí nadie me castigó. Sólo les oí hablar algo sobre educación, los castigos y la memoria a corto plazo.
Decididamente, a estos humanos no hay quien los entienda.

Ahí tienen el resultado de tenerme encerrado todo el día sin salir a hacer mis necesidades